La Novia de Chucky 4. Visita el 1 de junio

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El mosqueo por el antro en que los había metido Baena estaba más que justificado. La idea fue de Chucky. Le sugirió al viejo sindicalista desviar el convoy polaco a un antro en el polígono industrial de Leganés. Sabían que iban a encontrar roedores por los descampados.

A Chucky le piraban las ratas al igual que a los cabestros. Más aún tiernas sin cocinar, con rastafía, tomate, aceite y sal. Los cabestros se relamían. Estaban en la edad del crecimiento.

Así llegaron todos, fuertes y sanos a Cibeles. Fue allí donde empezaron a notar el olor a alcantarilla. Los primordiales de Ayuso los vigilaban y aquello apestaba.

Mientras, en Antena 3, había empezado la entrevista, que en un principio era un cruce entre Ayuso y Tito desde el convoy. Un pinganillo permitía al ex-convicto Dean Moriarty y a Tiffany estar al quite y asesorar convenientemente a la Presidenta. Tito rechazó el ofrecimiento de Chucky, no quería distracciones.

«Poco valoran los taxistas los numerosos puestos de trabajo», comenzó Ayuso, asegurando el tiro.

«Veo un cierto desprecio a la especie humana y a la dignidad que le es inherente», contratacó Tito.

«Esos puestos de trabajo no alcanzan los mínimos requisitos. Mientras usted asegura ser liberal, no vemos un esfuerzo digno en ninguno de los negocios promovidos por su comunidad más allá de la facilidad con que llegan sus más cercanos allegados a relacionarse con su administración».

«La manera con la que se ha relacionado con el taxi ha sido otro ejemplo de desprecio por las normas y las reglas de juego más básicas y elementales. Usted, señora Ayuso, simplemente buscó el momento más oportuno para arramblar con todo, cambiando su dignidad por piscinas a cambio de los derechos de los taxistas».

«Los fustiga porque para usted sus vidas son inútiles. Entre su ruina usted se siente a cubierto».

Ese brutal letargo del pensamiento enclavado en el estatus quo omite mencionar la proliferación de métodos ilícitos al habilitar licencias para realizar trabajo no autorizado inventándose una norma que pasa por encima de los derechos de los trabajadores del taxi y pone en peligro la salud de los madrileños al destrozar el control ecológico y medioambiental.

Hay una desproporción entre esos arrebatos suyos de liberalismo sin control en sus momentos de olvido y la suma prodigiosa de desgracias que genera. Desencuentros y catástrofes que marcan a fuego nuestras vidas.

«Usted, señora Ayuso, es Tertuliano jubiloso ante el espanto de que serán presa los condenados».

«Usted es una pesada broma de mal gusto que deambula en el pesado silencio del Universo».

Mientras Ayuso intentaba recomponerse del varapalo, el convoy negro y amarillo llegaba a la Puerta del Sol. Fue la señal para el Demiurgo.

Carlos Rodríguez, ejerciendo de Dios Griego daba la señal para que fueran los invitados del resto de España y Portugal los primeros en comandar la manifestación del 1 de Junio.

Los taxis de todas las regiones y nacionalidades iban apareciendo sobre el kilómetro Cero. Iban surgiendo desde distintas calles bajo las órdenes del Demiurgo. Era la gran remontada de los madrileños. La de verdad. La de la dignidad de los servicios públicos.

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