La Novia de Chucky 5. La rehabilitación

La Novia de Chucky 5. La rehabilitación






Baena era partidario de las excursiones, tanto por lo sano cómo por la proximidad de Collserola, donde, además del paseo, se podía abastecer de roedores y jabalíes, auténtico «bocatta di cardinalli» para sus cabestros.

La mochilita de Chucky estaba repleta de ratas y la enorme nevera que le ayudaban a llevar los cabestros al pobre Baena era un enorme ataúd con barras de hielo para un gran jabalí que no paraba de gritar mientras se desangraba. Nadie lo oía en una montaña tan enorme.

Desde luego, esa vida sana campestre había cambiado al asesino de Chucky, que cómo americano le gustaba matar de vez en cuando, aunque fueran Sims o nazis en cualquier videoconsola.

El asunto es que se lo estaba replanteando. No lo de matar. Eso lo llevaba en la sangre. Pero sí hacerlo con sentido, con un fin, digamos, respetable. Algo así como lo del terrorismo de Patricia Hearts dónde al desmantelarlos mataron a todos los del Frente Simbiótico de Liberación, menos a la ricachona.

Así se veía Chucky: Patricia Hearts matando y robando para que el mundo mejore mientras su padre negocia con el FBI que los maten a todos menos a ella.

Y se lo dijo a Tiffany a través del Whatsapp. Cosas de muñecos, sí, pero que cabrean a los humanos. Y más a una Ayuso que estaba histérica tras el éxito de la huelga de los taxistas. Qué el Gobierno no le diera la razon era bastante lógico. Pero que su amiga del alma hablara con un amigo del gremio del taxi era cabreante. Porque Chucky veía la necesidad de un servicio público razonable. Y le estaba recordando a Tiffany que su amiga Ayuso era ajena al interés general.

Eso pensaba Chucky cuando llegaron al Hotel Bates, una antigua atracción del Tibidabo. Allí siguieron con la caza de roedores, ya que se aproximaban días de lluvia y la mochila aún no estaba llena. La cheerleader Ivania acababa de patear un pequeño ratón. Lo metieron vivo en la mochila. Fue antes de la granizada.

El interior del Hotel Bates era acogedor. Un tresillo agujereado. Destrozado, pero también remendado. El lavabo estaba realmente sucio. No importaba. Nadie lo utilizó. Lo hicieron al fresco, cubiertos de un paraguas.

Cayó la noche. Y hacía frío. Los cabestros estaban alterados. Baena tuvo el detalle de preparar un fuego y pasó algo raro: Nadie lo encendió. Prendió sólo. Luego fue el rayo sobre el sauce de la entrada. Lo quemó. Pasaban cosas raras hasta para los sindicalistas apegados al materialismo histórico de Karl Marx.

Y fue descorrer una cortina y ver una Ayuso con sierra mecánica dispuesta a descuartizar polacos. Para tranquilidad no era más que un holograma. Un avatar digital de la Presidenta.

La reacción de Tomás, el cabestro con espíritu perruno fue de localizar una puerta secreta oculta tras tanta telaraña. La cheerleader Ivana que procedía de Constanza muy cerca de Transilvania fue la primera en internarse. Pronto se oyeron unos gritos. Habían detenido al instigador del espectáculo.

Apareció un tipo lleno de polvo blanco, del mismo color que su barba. Era Pablo Casado. El único político honrado en la historia del PP.

Se le veía desmejorado. Más que seis meses parecía veinte años más viejo que cuando lo defenestro la Presidenta de la Comunidad. Nadie mostró los roedores y los jabalíes. Sacaron de la mochila auxiliar de Ivana los fuets de Vic y las socorridas latas de atún. Baena ofreció su bota.

«Gracias por esa hospitalidad tan catalana…Muchachos. Después de vuestra manifestación en Madrid el día 1 de junio me di cuenta de cómo debía de haberla tratado. Dios…¡¡¡Cómo le habéis atizado!! Hasta el Feijoo se acojono». Amigos, se sobradamente que no soy de los vuestros, aunque mirar el Vestrynge… Y os pido ayuda¡¡¡ Para mi venganza!!! ¡¡¡La de los taxistas de toda España!!!».

Nadie lo creyó. Pero fue el cabestro Ezequiel el que empezó a morderlo ara que se apartara.

Cayetana Álvarez de Toledo no pudo acertar con el hachazo en el cráneo de Casado, por la oportuna intervención cabestril, sin duda. Casado gritaba: «¿Porqué, porqué?».

Ya no se acordaba que le juró lealtad en una omertá a Ayuso en Xochimilco, en la Isla de las Muñecas. Ayuso le exigió la sangre del índice de la mano derecha. Casado sabía que le había fallado.

«La Madrina Ayuso» le pidió a Álvarez de Toledo su cabeza. La que cayó en el vestíbulo del Hotel Bates cuándo Baena, Chucky, los cabestros y la cheerleader bajaron la guardia.

Álvarez de Toledo gritaba entusiasmada: «Y ahora os toca a los taxistas».

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