La Novia de Chucky 3. Ayuso on the road
Pocos conocen la visita de Dean Moriarty a Díaz Ayuso en Madrid. Fue su amante y más grande amigo en New York. El tipo había salido del Correccional Federal de Newark y conocía a Tiffany, con la que planificaba sus atracos. Al ver a Isabel se produjo el instantáneo flechazo. La llevó a ver un atraco con recortada dónde Dean mató a dos agentes mientras Tiffany salía con dos bolsas grandes de El Corte Inglés repletas de billetes.
Esas bolsas eran de Ayuso que temblaba horrorizada. Luego vivieron al límite. Dean atracaba de mañana y salía en el descapotable con la Ayuso y la muñeca asesina de noche por Manhattan. Allí vio espantada a Miles Davies y a su amante probando el caballo en unos lavabos de la calle 52. Tiffany no necesitaba de esas ayudas. Nació con el instinto asesino y esa risa que poco a poco Isabel comenzaba a imitar. Un proceso de ósmosis lógico entre malas compañías.
Baena acariciaba a uno de sus horribles cabestros mientras sorbía su copa de Macallan (Sin hielo y sin agua). El animal infrahumano agradecía que su padre lo nombrara en sus frecuentes cabreos. En la oficina del STAC recibía muestras de amor. Le lanzaban comida. También limpiaba de ratas el local. Aunque eso le gustaba hacerlo más a su hermano. Era más cabestro. Ezequiel era más humano. Por ello Baena lo llevaba a pasear sin correa. Se comportaba y Baena lo agradecía.
Mientras, Tomás, el otro cabestro, se escondía en el sótano. Recibía los sobrantes del hermano. Cáscaras y restos variados. Nada de caviar. Nadie, ni siquiera Baena agradecía lo limpio que dejaba el local. Muy diferente al desbarajuste de Solano. O las cheerleaders culés del básquet de Porto 42, siempre fumando.
El asunto es que Dean Moriarty se enteró, gracias a Tiffany que andaba celosa, de lo del conflicto entre los taxistas y su antigua novia. La del Erasmus «in América». Y fue a hacerle la pertinente visita. Ayuso acababa de aprobar el decreto salvaje que condenaba al taxi madrileño y amenazaba el de todo el Estado español, incluyendo el Área Metropolitana de Barcelona, los conocidos como…
Aquí se interrumpió Baena en su relato. Oímos una explosión. En unos segundos fuimos rodeados. Mal olor y señal inequívoca de que eran los hombres pescado con esa horrible peste a alcantarilla.
«A ver, polacos, basta de intromisiones en la capital del Reino de España».
Recuerdo un fuerte golpe. Y al cabestro Ezequiel lanzándose sobre el maloliente brazo de uno de los enviados de Ayuso. Salieron corriendo, pero el mensaje ya había sido enviado.
En el Clinic, mientras me curaban las heridas, Baena, esta vez acompañado del cabestro Tomás atado a una correa continuaba con la historia de la visita de Dean Moriarty a la ya presidenta de la Comunidad de Madrid.
Tiffany les apañó una cita en un desierto palco del Santiago Bernabéu gracias a su amistad con Florentino. A pesar de que Isabel lo abrazaba y lo besaba con verdadero amor, Dean Moriarty no podía más que reprenderla: he matado y he pegado, pero hubo motivos y también necesidad. Jamás actúe de manera gratuita. Me has defraudado, has traicionado a la nación que te acogió de jovenzuela. A sus deseos de implantar la felicidad universal frente al Imperio Bolchevique Comunista.
No sé si grité por el horror de los puntos sobre mis cejas o más bien impactado por la noticia de que aquel tipo era un enviado de la CIA, pero ¿Defendía a los taxistas?
Baena me lo aclaró, mientras el cabestro miraba con deseo a la enfermera: «La CIA veía en lo de Ayuso un exceso impresentable y contrató a Dean Moriarty, una especie de morfina para controlar los excesos de la heroína».
La enfermera le dio un bofetón al cabestro que le tocaba el culo.
La Novia de Chucky 3. Ayuso on the road