Hiroshima, setenta y cinco años después de la bomba

Hiroshima, setenta y cinco años después de la bomba

Lo llaman Genbaku o ‘la cúpula de la bomba’.

Esta extraordinaria estructura situada en el centro de Hiroshima, un edificio destruido con una cúpula que lo corona, es la única que quedó derecha en la ciudad cuando el 6 de agosto de 1945, hoy hace setenta y cinco años, los Estados Unidos dejaron caer sobre Hiroshima la primera bomba atómica que se había utilizado nunca en una guerra.

El bombardero Enola Gayla dejó caer. Llevaba el nombre de ‘Little boy’ y contenía el equivalente de 15.000 toneladas de TNT.

Dos minutos más tarde, detonó más o menos sobre aquel edificio, fallando en el objetivo, que era el peculiar puente Aioi.

Estalló a seiscientos metros de altura y esto hizo que la estructura del Genbaku, que además había sido construido para resistir terremotos, fuera la única a mantenerse derecha en una ciudad que fue arrasada por una violencia que la humanidad no había visto nunca.

La devastación causada por aquel utensilio costó 129.000 vidas japonesas.

Entre setenta mil y ochenta mil habitantes de Hiroshima desaparecieron, literalmente, en un instante.

Con los cuerpos completamente deshechos por el impacto. Doce kilómetros cuadrados de la ciudad fueron reducidos a nada.

El 69% de todas las edificaciones desaparecieron, no quedó derecha ni una pared.

Tres días después, el 9 de enero, los estadounidenses lanzaron una segunda bomba sobre Nagasaki y Japón se rindió.

Enseguida comenzó el debate sobre si aquellas bombas eran necesarias, o no, y hasta qué punto los Estados Unidos las había detonado pensando más a asustar a la Unión Soviética que a dominar a Japón.

Al mismo tiempo, también comenzaba la carrera nuclear. Setenta y cinco años después, el arma nuclear -y la guerra nuclear-, a pesar de haber desaparecido de los titulares informativos, aunque es una de las mayores amenazas para la vida en el planeta.

Pero no se ha vuelto a utilizar nunca en una guerra.

¿Un arma para no ser utilizada?

El desarrollo de la carrera nuclear, especialmente entre Estados Unidos y la Unión Soviética, llevó al mundo, varias veces, a minutos de una crisis que podría haber borrado la vida en la Tierra.

Un ataque entre las dos potencias habría tenido un efecto tan grande sobre la vida, que incluso la desaparición de la especie humana era una posibilidad.

La bomba atómica, esto no se puede olvidar, nació por el apoyo de científicos importantes, entre los que Albert Einstein, que temían que el arma fuera desarrollada por el Alemania nazi.

Los nazis lo intentaron, conscientes de la superioridad militar que les otorgaría, pero por suerte no llegaron nunca a hacerla viable.

Lo consiguieron los americanos, primero, y los soviéticos, después, pero la explosión de Hiroshima causó una gran alarma en la comunidad científica que lo había hecho posible.

Mientras los dos ejércitos crecían en potencia hasta extremos de auténtico delirio -van llegar a tener capacidad para aniquilar varias veces la vida en el planeta- los científicos y los activistas por la paz comenzaron una carrera para hacer entender a los gobiernos que una guerra nuclear significaba la destrucción mutua asegurada y el fin de la civilización como tal.

Por suerte, se salieron y la temida conflagración no llegó.

El principio era tan sencillo como poderoso: no era posible ganar porque era imposible aniquilar completamente al enemigo.

La aparición de los submarinos nucleares fue el acicate definitivo de la teoría.

La capacidad de un solo misil nuclear era tan grande que nadie podía arriesgarse a que se disparara un contra su país.

Y la tentación de un primer golpe que aniquilara todos los misiles del enemigo quedó descartada desde el momento que se instalaron en submarinos, vehículos que era imposible saber dónde estaban con exactitud en todo momento.

El fin del conflicto entre los Estados Unidos y la Unión Soviética supuso la reducción del armamento nuclear hasta límites bajos, si se compara con el pico de la guerra fría, pero todavía demasiado inquietantes.

Pero el problema ya no es éste

Con los años, hay más estados que tienen la bomba, pero sobre todo, cada vez más miedo hace que un actor no estatal sea capaz de conseguir un artefacto y de hacerlo detonar.

Setenta y cinco años después de Hiroshima, no ha estallado otra bomba, salvo prueba controladas, pero el miedo de las consecuencias de su uso aún marca el debate nuclear.

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