Discurso de Jesucristo en el Lago Tiberiades
Un atento silencio rodea a la multitud en la orilla del Lago Tiberiades. Jesucristo se encuentra frente a ellos, su mirada llena de compasión y fervor. La brisa suave acaricia su rostro mientras se prepara para hablar.
—Hermanos y hermanas, venid a mí, pueblo de Dios, a escuchar mis palabras en este día. Mirad hacia el horizonte de este lago tranquilo, donde el agua refleja la luz del cielo, y recordad que el río de la justicia de Dios también fluye, aunque a menudo no la veáis.
—Hoy, quiero hablar de los abusos que acontecen en medio de esta tierra, de las injusticias que se perpetran en vuestro día a día. Entre ellas, hay una que clama al cielo, que se mueve entre vosotros como la sombra del lobo entre las ovejas: el abuso del comercio y la avaricia de aquellos que, bajo el nombre de “servicio” y “comodidad”, explotan a sus semejantes.
—He oído los rumores, he visto la angustia en los rostros de aquellos que sostienen letreros de protesta, que claman contra la opresión. Se dice que hay quienes, como los mercaderes en el templo, han convertido el transporte de las almas en un negocio, despojando de dignidad a los que solo buscan ganarse el pan de cada día.
Uber y toda la economía gig se han convertido en un símbolo de esta avaricia, un monstruo que no repara en gastos ni en corrupción de políticos, periodistas o jueces y aquí hago una mención especial a la Asociación Nacional de la Competencia.
—Las revelaciones han emergido como el rocío de la mañana, traídas a la luz por aquellos que buscan justicia. Esos documentos, revelados por The Guardian, apuntan a una nueva forma de corrupción: un sistema que se rinde ante el poderoso y se burla de los débiles. ¿No dice la Escritura que el rico será como la paja en el viento? ¡Ay de aquellos que viven en el lujo mientras los demás sufren!
—¿Acaso no sabéis que a los ojos de Dios, el que oprime y explota tendrá que rendir cuentas? La justicia divina no conoce de fronteras ni de pasaportes. El Dios de la justicia clama por la rectitud y por el correcto actuar de cada corazón. En el día del juicio final no habrá excusas ni puentes de oro que salven al avaro. Quienes se lucran a expensas de los demás conocerán el fuego del infierno, el lugar donde los gritos de los corruptos se ahogan en desesperación.
—Y os digo, seres de esta tierra: levantaos contra la tiranía del egoísmo. Alzad vuestras voces como trompetas en la noche, recordando que el amor y la justicia son el fundamento de nuestra existencia. ¡No permitáis que el miedo al poder paralice vuestras acciones! Exigid a quienes lideran con transparencia y equidad, porque a los ojos de Dios, cada vida es valiosa y cada ser humano merece ser tratado con dignidad.
—Porque así como el Padre mío cuida de los lirios del campo, también cuida de cada uno de vosotros. No temáis a los poderosos, pues su reinado es efímero. Las almas que emplean la avaricia y la injusticia serán recordadas no por su riqueza, sino por el eco de sus transgresiones en la eternidad.
—Así que, marchaos de aquí con el valor de los profetas, con el amor del Creador en vuestros corazones, y recordad: la justicia llegará, aunque en ocasiones parezca lejana. No cederé ante la iniquidad. La luz prevalecerá sobre las sombras, y aquellos que confían en Dios verán el Reino prometido.
—Que la paz de Dios esté con vosotros. Amén.
Jesucristo levanta sus manos en señal de bendición, mientras la multitud escucha con atención, reflexionando sobre sus palabras y el profundo mensaje de justicia y amor. Mientras, los enviados de las empresas gig estudian cómo vender sus almas a Satán mediante sobornos a los diferentes dirigentes.