2020 pertenece a la historia

Cada año, el 31 de diciembre, la llegada de la medianoche nos encuentra trazando una línea en el tiempo. La forma en que hacemos esto varía: comemos uvas, o abrimos las ventanas o corremos hacia un océano helado, pero la idea es siempre la misma. En esta noche, dejamos algo detrás de nosotros y lo sellamos, por lo que es parte del pasado. Y luego intentamos comenzar de nuevo.

Es difícil imaginar un año en el que nuestra necesidad de este ritual haya sido mayor.

Muchos de nosotros hemos perdido a nuestros seres queridos y hemos absorbido esas pérdidas de forma aislada. Los medios de vida se han borrado como el vapor de una ventana. Y, sin embargo, sin los fuegos artificiales, el vértigo de las multitudes, nunca habíamos estado tan limitados en nuestros rituales.

Eso no significa que no los estemos celebrando.

Dentro de los salones iluminados, levantamos las copas a las personas que se sacrificaron por nosotros, a la actuación triunfal de nuestros trabajadores sanitarios y a mil pequeñas bondades que ya se alejan de la memoria.

Sí, sí, el final de un año puede ser una ilusión, solo una forma de engañarnos para seguir adelante. Pero lo logramos, 2020 pertenece a la historia.

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