Ernest Lluch subió a su último taxi

Ernest Lluch subió a su último taxi

El día que asesinaron a Ernest Lluch en su parking de la Avenida de Chile me pilló justo a ésa hora portando dos travestis a la Zona del Camp Nou. Supongo que dos coches de la secreta que me hicieron apartar en la Plaza Pío XII acababan de ser requeridos con urgencia para verificar lo inevitable. Luego más tarde también me crucé con más policías viniendo de Hospitalet. De qué iba el asunto me enteré más tarde.

El tema es que un par de días antes Ernest Lluch había subido a mi taxi.

«Hombre, un Ministro de Cultura subiendo a un taxi». No sabía que había sido de Sanidad y Consumo.

«A ver si así me impregno de realidad».

Me indicó la dirección. Tenía un rostro muy serio. Ernest Lluch no quería conversación y me miraba con esa pinta con la que desprecian a los taxistas fachas. En esa época había dejado de votar al PSUC después de que me requisaran los Interviews en la frontera entre Finlandia y la URSS. El asunto es que encima ahora le votaba a él. Y escuchaba a Mahler como Alfonso Guerra. Y voté Sí a la OTAN para que la izquierda siguiera gobernando con tranquilidad, pero Lluch debía tener experiencias negativas con taxistas, era evidente.

«Esa música es de Astor Piazzola».

«Sí. Debe ser, suena a Piazzola, pero no todo lo que suena a Piazzola es Piazzola. «Mi respuesta era la conveniente para un ex ministro de cultura. Entre Ionescu y Beckett. El que espera a Godot o los dos ancianos discutiendo por una silla.

«Perdone. Le tomé por el típico facha que escucha la COPE».

«No se preocupe, todos llevamos un fascista incrustado en el neocórtex. Tampoco la izquierda anda corta de reaccionarios». Podía ser una indirecta después que echara a la basura las indicaciones fascistas para reducir las reivindicaciones de los trabajadores de la construcción de un senador del PSOE años atrás. Me costó el puesto y acabé en el taxi.

El hombre se sinceró: «Vengo del entierro de mi hermana».

Me sabía mal y a punto estuve de contarle mis desgracias para animarlo un poco, pero igual que los ricos son partidarios de mantener distancias, las miserias de un taxista más vale no divulgarlas en vano.

Lo dejé en el parking de Avenida de Chile. Dos días después aparcando su coche allí mismo lo asesinaron.

Ernest Lluch subió a su último taxi