Genocidio en Gaza

Genocidio en Gaza: Netanyahu, el arquitecto de una masacre impune

Gaza está siendo aniquilada. Y el mundo, con toda su retórica sobre los derechos humanos y la legalidad internacional, se limita a observar —cuando no a justificar— un crimen a plena luz del día. Lo que está ocurriendo en Palestina no es una operación militar ni una guerra convencional: es un genocidio. Un exterminio meticuloso, sistemático, planeado. Y su principal ejecutor tiene nombre y apellidos: Benjamín Netanyahu.

El primer ministro israelí lidera, sin disimulo, una campaña de destrucción total contra la Franja de Gaza. No es sólo un político. Es el estratega de una política genocida que no distingue entre combatientes y civiles, que arrasa hospitales, escuelas, panaderías, ambulancias, convoyes humanitarios y campos de refugiados con el mismo cinismo con el que da ruedas de prensa justificando la matanza.

Desde el 7 de octubre de 2023, Netanyahu ha dirigido una ofensiva criminal sin precedentes que ha asesinado a decenas de miles de palestinos, en su mayoría mujeres y niños. Esta no es una «respuesta». Es una ejecución. No es autodefensa. Es una limpieza étnica televisada. Y todo esto con la bendición (y financiación) de potencias occidentales que han decidido convertir sus principios en papel mojado.

El lenguaje importa. Y decir “genocidio” no es una exageración: es un deber. Negarlo es complicidad. Lo que Israel hace en Gaza, bajo el mando de Netanyahu, cumple todos los criterios establecidos en la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio de la ONU: asesinatos masivos, condiciones inhumanas impuestas deliberadamente para destruir a un grupo nacional, y medidas para impedir nacimientos y erradicar su futuro.

Netanyahu no actúa solo. Pero es él quien encabeza este proyecto de exterminio. Es su gobierno el que aprueba cada bombardeo. Es su narrativa la que deshumaniza a los palestinos, llamándolos “animales humanos” y legitimando así la barbarie. Es su legado el que se escribe con sangre.

No estamos ante un conflicto “complejo” ni ante “dos bandos enfrentados”. Hay un ocupante y un ocupado. Hay un Estado con uno de los ejércitos más poderosos del planeta y una población atrapada sin agua, sin medicinas, sin salida. Y cada día que pasa, cada hora que se bombardea Gaza, es una afrenta directa a la humanidad.

Los cómplices abundan: Donald Trump, Ursula von der Leyen, Rishi Sunak y otros tantos líderes que han optado por respaldar a Netanyahu, aplaudirle, enviarle armas, justificar su narrativa. Pero la historia los juzgará, y sus nombres estarán inscritos al lado del suyo en la larga lista de quienes permitieron —e impulsaron— un genocidio.

Lo más obsceno de todo esto es la impunidad. Netanyahu actúa convencido de que jamás será juzgado. Que la Corte Penal Internacional no se atreverá. Que los medios seguirán hablando de “conflicto” mientras los cadáveres de niños se amontonan en las morgues improvisadas de Gaza. Y por ahora, tiene razón.

Pero no debemos callar. No debemos suavizar. Nombrar el genocidio es un acto de justicia. Denunciar a Netanyahu como su principal arquitecto es una obligación moral. Porque si hoy normalizamos esta masacre, mañana lo harán otros. Y el silencio de hoy será la tumba de millones más en el futuro.

Gaza no necesita caridad. Gaza necesita justicia. Y justicia empieza por poner nombre y rostro a los criminales.